El conocimiento es fundamental para el desarrollo humano, organizacional y social, pero su importancia no debe entenderse solo como la acumulación de saberes, sino como una herramienta para la transformación y la acción con sentido. Desde una visión crítica, el conocimiento no es neutral: está influido por estructuras de poder, contextos culturales e intereses particulares (Foucault, 1977).
En este sentido, el conocimiento adquiere valor no solo cuando se posee, sino cuando se interpreta, cuestiona y aplica éticamente. Es clave para tomar decisiones informadas, fomentar la innovación, resolver problemas complejos y generar cambios sostenibles. Pero también es importante preguntarse: ¿quién produce el conocimiento?, ¿para qué fines se usa?, ¿a quién beneficia o excluye?
Por tanto, la importancia del conocimiento radica en su capacidad para empoderar a las personas y comunidades, pero también exige responsabilidad crítica para no reproducir desigualdades, sesgos o dependencias. Solo cuando el conocimiento se pone al servicio del bien común y se comparte de forma libre y contextualizada, cumple su verdadero propósito transformador.